Diario de Victor Jones
-Día 1-
Hace exactamente un año desde que llegué a esta tortuosa pero alentadora ciudad y ya ha pasado el tiempo tan rápido que nunca he tenido un momento para recapitular, es por eso que escribo este diario y es por ese mismo motivo que decido plasmar todo lo ocurrido hasta hoy con mi bolígrafo sobre un trozo de papel.
Cuando llegué a la ciudad solo traje mi antigua y cochambrosa Ratbike que poseía desde ya mis tiempos en aquel barrio de Nueva York, esa ratonera la cual tiene por nombre “The Bronx”, mi lugar de nacimiento muy a mi pesar, un lugar que nunca olvidaré.
Como ya he dicho, empezaré recapitulando: Aún recuerdo aquel día a mis cinco años de edad, cuando mi padre, Malcolm, esbozaba la misma cara de siempre con una mezcla entre odio y amargura y dejaba la casa en manos de mi madre, Carmen, que se veía marcada tanto psicológicamente como físicamente por un pasado de alcoholismo y maltrato por parte de aquel monstruo. No pude parar de llorar todas esas noches de angustia mirando las marcas que había dejado Malcolm en la piel de mi madre, sus ojeras y sus lágrimas reflejaban la tristeza de tantos años con el hombre que le había destruido la vida.
Recuerdo también la primera vez que tuve que ayudarla a ordenar la casa, con seis años de edad; Recogimos un montón de colillas de cigarrillos del suelo, cenizas, libros tirados, limpiamos estanterías polvorientas y tuvimos que deshacernos de decenas o incluso cientos de latas y botellas de alcohol.
Hacer amigos en la escuela fue algo que yo di por necesario y casi me salió de manera instintiva, pero no era un chico muy popular, sin embargo a mis ocho años ya tenía conmigo a mis dos almas gemelas, Marcus y DeShawn. Ellos me enseñaron prácticamente todo lo que sé hasta el día de hoy, me animaron a salir a la calle, a entablar amistades, divertirme paseando con la BMX, jugar al baloncesto y hacer freestyle con la pandilla. A los once años ya empezábamos a saltarnos bastantes clases para salir por ahí y fumar cigarrillos, rapear, taggear alguna que otra pared y jugar a las peleas entre nosotros, todo pasaba tan rápido que nunca fui consciente de la magnitud de nuestras acciones.
Un día cualquiera, Marcus apareció con una moto modelo Hakuchou de color gris metálico y blanco mate que deslumbró mis ojos y me propuso ponerme al volante, sin pensarlo dos veces acepté, y así fue como descubrí el caballito, también descubrí que me podía abrir la cabeza con un pequeño despiste, -Je, je-. Pasé una semana en el hospital y salí de nuevo a las calles, con cero ganas de pisar las clases y cargado de emoción por continuar conduciendo vehículos de dos ruedas mientras insultábamos a las señoras y señores que paseaban a pie por las aceras.
Todo seguía como siempre, excepto que había una cosa nueva, ahora hurtábamos en pequeños negocios y robábamos bolsos de señoras despistadas y carteras olvidadas, era como si una sensación de adrenalina me persiguiese corriendo a toda prisa pero yo fuese incluso más rápido.
Hay una cosa que debo mencionar y, es que, a los doce años probé mi primer porro; fue una mezcla entre sueños, euforia, adrenalina, calma y tensión, todo dentro de un marco donde parecía que yo tenía el control de cada situación que pasaba por mi vida.
Pero un día, todo eso se acabó, y fue exactamente el 12 de Julio de 2020; el día de la muerte de mi madre. Yo sabía que ella estaba enferma, pero nunca quiso decirme el porqué ni el cómo de su enfermedad y para cuando entraba ese mismo día en casa a altas horas de la madrugada, tuve que enterarme por las malas. Estaba tumbada en la cama y no respondía a mis palabras, fue entonces cuando comencé a moverla y a alzar mi voz para que me escuchase porque sospeché que algo iba mal, pero cuando ya llevaba dos horas intentando hacerla despertar, tuve que llamar al teléfono de emergencias. Llegaron los paramédicos y llamaron a un equipo de hombres con batas blancas y guantes que envolvían a mi madre en una bolsa negra y se la llevaban al hospital, a la vez que me daban la mala noticia; ella había muerto a causa de un accidente cerebrovascular por su enfermedad.
A partir de aquel entonces, DeShawn y su madre, Tanisha, me adoptaron en su casa y pude seguir teniendo un techo bajo el que tener un cobijo, pero ya nada era lo mismo sin ella.
Pasaban los años y todo seguía cómo antes pero se tintaba cada vez más negro; Comenzábamos a organizar fiestas con muchos grupos de chavales y negros de otros barrios donde se juntaban las peleas, la música, las mujeres, el alcohol, los porros y también la cocaína, droga que empecé a consumir con mucha frecuencia en estas noches de desfase y anarquía absoluta.
Esta espiral de caos y descontrol llegó a un punto sin retorno; una de esas noches acabó en una terrible pelea mano a mano con mi viejo amigo DeShawn, que trató de hacerme entender a golpes qué mis actitudes y corrientes de pensamiento eran equivocadas. A pesar de que él no fuese el ejemplo ideal, debo admitir que tenía razón en sus palabras y cada golpe que recibía se sentía como una lección de vida y una correción a mis errores.
Fue entonces ahí, cuando entendí que nada de aquello tenía sentido y, que si quería cambiar de rumbo debía cambiar mi lugar en esta vida. Tomé los pocos ahorros que me quedaban y compre una moto Ratbike a un antiguo contacto, que me la dejó lo más barata posible debido a que fue capaz de empatizar un mínimo con mi situación.
Emprendí mi viaje a la gran ciudad de las oportunidades, Los Santos; Sin licencia de conducir y casi sin fondos para construir un futuro, pero con la idea de que algo cambiaría en mi interior.
((CONTINUARÁ…))